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«Navarreros o Navarrenses». Material valiosísimo escrito por el Dr. Alfredo Sabaté.

Guillermo Ibarra

El Juzgado de Paz Letrado de Navarro, en adhesión al festejo del 251° aniversario “…del acta de nacimiento…” (*) de Navarro , se complace en compartir por este medio un artículo publicado hace mucho tiempo por el Dr. Alfredo Antonio Sabaté en el cual fundamenta magistralmente el uso del gentilicio “NAVARRERO” a la persona nacida en nuestros queridos pagos.
(*) Sabaté, Alfredo Antonio,” San Lorenzo de Navarro, un lugar y su gente en la historia, Editorial Dunken, Año 2009, Tomo I, pág.30
¿“NAVARREROS” O “NAVARRENSES”?

(Pequeña crítica de un cultismo confundido)

Entre los procedimientos que sigue un idioma para la formación de palabras se encuentra la derivación. Consiste ésta en la obtención de una palabra nueva a partir de otra (o de su elemento radical) mediante la adición de uno o varios fonemas con determinada capacidad significativa. Lo más común es que dicho añadido se haga al final de la palabra primitiva, y entonces aquel conjunto de uno o varios fonemas se denomina sufijo.
Los sufijos, unidos al radical de la palabra que modifican, le confieren un significado específico determinado, pero a veces esos significados pueden ser varios.
Por ejemplo: el sufijo -able, unido a una raíz verbal, forma adjetivos que denotan posibilidad: realizable, “que puede ser realizado”; probable, “que puede ser probado”, y así. Ejemplo de un mismo sufijo que expresa significados distintos, según las raíces a que se aplica: -ada. 1) Unido a un sustantivo, designa colectivos (majada), nombres de golpes (patada), de períodos de tiempo (jornada) o meteorológicos (helada); 2) aplicado a adjetivos, forma nombres abstractos de magnitud (alzada); aplicado a una raíz verbal, forma nombres de operaciones técnicas y de acción y efecto de un verbo (largada, jugada).
Inversamente, un mismo matiz significativo puede ser expresado por más de un sufijo. Por caso, la idea de persona agente de una acción puede darse mediante los sufijos -ario/-aria, -ero/-era, -ista unidos a un sustantivo (mandatario, relojero, dentista); o de -dor/-dora unidos a un verbo (vendedor). Pero el mejor ejemplo de esta pluralidad de sufijos para connotar un mismo significado lo dan los gentilicios.
Los nombres gentilicios son los sustantivos con que se designa a las personas y a los objetos con relación al lugar de su origen (continentes, países, provincias, regiones, partidos, ciudades). Pueden valer como adjetivos (en verdad, son antes adjetivos que sustantivos), pero comúnmente se los usa como nombres sustantivos.
Es muy vasto el repertorio de sufijos que tienen el mismo significado gentilicio y se aplican a unos u otros nombres geográficos por razones de fonética morfológica y, básicamente, de tradición idiomática. Por no sobreabundar en ejemplos y ciñéndolos a las provincias argentinas, los más comunes son: -eño/-eña (jujeño, catamarqueño, salteño, santiagueño, formoseño, chaqueño, porteño, santacruceño); -ano/-ana (riojano, puntano, tucumano, entrerriano); -ino/-ina (sanjuanino, mendocino, santafesino, correntino, neuquino, rionegrino, fueguino); -és/-esa (cordobés); -ero/era (misionero, malvinero); -ense (bonaerense, chubutense). Hay sufijos de uso menos general: -ol (español), -í (iraní), -asco (monegasco), -ardo (lombardo), -ista (paulista), -ita (estagirita), -ota (chipriota), -eo (europeo), -ivo (argivo), ico (micénico), -io (egipcio), -ío (judío), -íaco (austríaco)…
Inversamente, hay nombres geográficos que admiten más de un gentilicio (malvinero y malvinense, brasileño y brasilero) uno de los cuales suele ser el más usual. También, el mismo nombre aplicado a distintos lugares, por mera tradición idiomática, forma gentilicios con distintos sufijos. Caso típico de esto último son las ciudades llamadas Santiago, que dan: santiagueño (Argentina), santiaguino (Chile), santiaguero (Cuba) y santiagués (España).

El sufijo -ero/-era es de los que pueden expresar significados distintos. Se utiliza principalmente unido a un sustantivo para indicar el agente o profesional correspondiente a ese sustantivo (portero, carretero, lechero, sepulturero) También, unido a un sustantivo, forma nombres de lugar y de objeto (hormiguero, gallinero, cenicero, salero). Sobre una raíz verbal, puede designar instrumentos, utensilios, enseres y objetos en general (secadero, asidero, colgadero, regadera). Asimismo, nombres de vegetales: duraznero, higuera. Se une a adverbios: delantero, postrero. Forma adjetivos de edad: “quinceañero”. Etcétera.
También, por supuesto, se usa para formar gentilicios; de los que ya se han dado ejemplos (misionero, malvinero, brasilero), aunque no sea éste uno de sus usos más comunes. Empero, habida cuenta de que es la costumbre idiomática (el uso) la que confiere validez a la preferencia por un sufijo, corresponde señalar que en Cuba, país de larga y arraigada tradición hispanista, reina casi sin competencia: habanero, santiaguero, guantanamero, sanjuanero… (No es ocioso agregar que el equivalente “-er”, que en las lenguas de origen germánico también indica agente o profesional, se utiliza igualmente para formar gentilicios. En inglés, frecuentemente: “Londoner”, “Dubliner”, “New Yorker”, y en todos los nombres geográficos terminados en -land o -burg. En alemán, casi no tiene competencia: “Berliner”, “Frankfürter”…)
También, durante siglos, en la campaña de Buenos Aires: navarrero, lujanero, arequero, lobero, moronero… y todos los derivados de los pueblos de más antigua data (también otros adjetivos y nombres que indican pertenencia a un lugar pueblero, campero, islero…). Seguramente, esta preferencia tenga su origen en alguna región de España, como tantos “criollismos” que se creen autóctonos, por ignorar que no son sino arcaísmos que provienen de costumbres en boga en la madre patria en tiempos de la colonización temprana de la pampa (“fierro”, “enllenar”, “almarrón”). Nuestro mismo voseo tiene esa procedencia.
Son más bien raros, en cambio, los gentilicios locales formados con el sufijo -ense, que más parece de origen culto que hereditario. Quiere ello decir que ha sido tomado del latín escrito (-ensis) e incorporado a la lengua cuando en tiempos más modernos correspondió crear gentilicios para los nuevos pueblos que se iban formando, respondiendo el cambio a la evolución de la cultura o a otros factores. Obsérvese que en los gentilicios correspondientes a las provincias argentinas, aparece sólo en los de uso más recientes: chubutense, bonaerense.
Pero su reciente generalización, de ningún modo puede deslegitimar ni reemplazar a los nombres gentilicios que ya gozaban de aquella tradición idiomática, menos en nombre de un errado purismo que sólo pueden sustentar quienes querrían pasar por más papistas que el Papa. La antigüedad de su origen hace al orgullo de un pueblo, y el gentilicio navarrero delata ese viejo arraigo. Sería lamentable su abandono sólo por satisfacer un infundado prejuicio anticriollista o la tilinguería de algún cultista trasnochado.
Bien dice el refrán inglés: “use makes mastery” (el uso hace la maestría). Por si no alcanza, bienvenida la cita latina: “usus quem penes arbitrium, et jus, et norma loquendi” (es al uso que pertenece el arbitrio, el derecho y la norma del hablar).

Alfredo Antonio Sabaté

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