AgroMoll Tapa Superior

35 AÑOS DEL HUNDIMIENTO DEL BELGRANO. NUESTRO HOMENAJE.

Guillermo Ibarra

Son las 16,35 del 2 de mayo de 1982. Treinta y cuatro minutos antes, desde las profundidades del mar austral, el operador del submarino británico HMS CONQUEROR había lanzado la pregunta que sellaría el destino del Crucero General Belgrano.

La respuesta recorre en segundos los 12489 kilómetros que separan el Reino Unido de las Islas Malvinas. El capitán Richard Hask, de la Task Force, es quien transmite la orden implacable de Margaret Thatcher, la primer ministro británica. A las 16,01 el primer torpedo MK8 atraviesa la proa del barco, que navega a 30 millas de la zona de exclusión. Perfora las 4 cubiertas en forma vertical. El agua penetra todos los compartimentos. Sólo segundos después, el segundo torpedo se incrusta en la popa. El crucero se inclina a babor, el fuego surge de sus entrañas. Y después un silencio abrumador que lastima. Desde el puente, y con un megáfono, el capitán Bonzo, 23 minutos después del primer impacto da la orden: «¡Abandonen el barco!». Setecientos setenta hombres alcanzaban las balsas. Trescientos veintitrés encontraron su destino final en el océano.

¿Cómo no se arrojó todavía a las balsas? ¿Qué hace usted aquí si ya no queda nadie?, increpa Bonzo a la figura irreconocible, tapada de pies a cabeza con un impermeable y un pasamontañas gris que se niega a abandonar el crucero. El hombre que grita «¡No hay tiempo, mi capitán! ¡Debe abandonar la nave! está decidido a impedir que el Comandante cumpla con la ley marinera de hundirse con su barco.

¿Y si el Capitán no saltaba, usted estaba dispuesto a hundirse con el barco?

Ahí, de cara al mar, para mi era más difícil vivir que morir, confesaría años más tarde el comandante del Belgrano.

«Lo vi al Capitán con esa actitud de irse a pique con el crucero, y no lo iba a permitir», explica con calma desde su Catamarca natal, a 35 años de la tragedia, el sub oficial Ramón Barrionuevo (70), como si no tuviera conciencia de su acto de heroísmo. «Yo soy esa figura que se ve en la foto, ahí en la cubierta. Le estaba inflando el chaleco salvavidas al Capitán», aclara con humildad.

No lo sé. Íbamos a tener una larga discusión. Yo no iba a dejar a mi comandante sólo en el Belgrano. Porque lo que allí estábamos viviendo era el peor de los infiernos…

En ese crucero había un navarrero, Juan Carlos Gutiérrez, a quién hoy fuí a buscar pero su familia me informó que por primera vez se iba a reunir con aquellos compañeros. A su regreso, estaremos con él para darle nuestro abrazo y recordar aquel momento si así lo desea. Desde estas líneas lo acompañamos y recordamos su entrega por la patria.

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