Pablo es un comerciante que tiene su negocio de venta al público de tecnología.

Su vida diaria dejó de ser lo que era hace 20 años atrás, cuando era un emprendedor lleno de ideas, ambiciones y formas de ver la venta, que lo llevaron a montar su propio emprendimiento y demostrar que él tenía algo diferente para dar a los demás.

Pero los años fueron pasando. Pablo creció, tuvo un nombre en su rubro; una trayectoria. Y con eso a su favor, logró que muchos proveedores le dieran crédito para poder hacer su pequeña rueda comercial y tener mejores precios, acercamiento con las marcas, bonificaciones por compras en cantidad y muchos beneficios más. Por austero que fuese, su volúmen de ventas lo llevó a tener un administrativo, un vendedor de salón y por qué no, empezar a darse algún que otro gusto. Claro que esto lo llevó a tener una rueda de cheques, que lo obligaban cada vez más a estar más atento a cubrir el banco, que a su propio negocio. Así, esa rutina fue creciendo y en un país como Argentina, especular o tratar de hacer futurología a 6 meses, es imposible.

Fue entonces que Pablo, ya no iba a su negocio con las mismas ganas de innovar. Apenas llegaba para levantar la persiana y meter a sus empleados, que se mimetizaban con él y tampoco innovaban, simplemente hacían su trabajo con pocas ambiciones y cada vez más pensando en buscar otro trabajo. Se hacían un par de llamados para cobrar, luego Pablo, al ver que no llegaba a cubrir los cheques del día, salía a las cuevas a cambiar valores y por supuesto, minutos antes de las 15 horas, pulsaba sin cesar la tecla F5 para ver si se habían acreditado las transferencias.

Exhausto, Pablo se toma una hora para relajar y comer algo. Comida que ante tanto estrés, le diera satisfacción inmediata. O sea, comida chatarra.

Así, Pablo, fue abandonando su sueño y descubriendo sus habilidades contables para zafar un día más.

Producto de todo esto, Pablo, ya no descansa bien. Se despierta de noche, se levanta antes que suene el despertador y así su rutina se vuelve tan pesada que ya ni recuerda por qué hace esto ni que fue lo que lo llevó a tener una vida tan miserable.

Pablo vivía con tanta amargura, que si le daban los 6 números ganadores del Quini, no los agarraba porque solo podría estar pensando en el costo del billete.

Así, Pablo fue como perdió ese impulso que todo emprendedor lo lleva a montar y creer en algo que siente que lo puede hacer mejor.

Esta historia les aseguro que es de cientos de mis clientes, que luchan sin cesar, su batalla diaria contra los bancos.

Perdieron su entusiasmo, ya están descreídos de todo. Te miran con ojos chinos ante la posibilidad de hacer cosas que ya ni recuerdan que hacían.

Una vez, mi abuela me dijo algo muy sabio «el banco es un amigo que te presta un paraguas cuando hay sol y te lo pide cuando llueve».

La calle cada vez está más dura, los sueños poco a poco se van desvaneciendo, pero aún así, creo que podemos salir adelante.

Solo deseo encender esa chispa que alguna vez tuvimos y juntos ver la forma, de sanear el negocio para que muchos Pablos puedan seguir adelante, y yo, tener un cliente sano que poco a poco crece, en lugar de agrandarse.

Hasta la próxima.

Elián Femia