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Dicen que los homenajes se hacen en vida. Aquí va el nuestro para Héctor Miranda

Guillermo Ibarra

Seguramente este pequeño homenaje no va a alcanzar para agradecerle todo lo que diariamente es capaz de entregar. Seguramente tampoco la humildad del mismo, pueda compararse con la suya. Hoy decidí hacerle este regalo, a un hombre sencillo, decente, cordial, amable, generoso y comprometido con su trabajo como pocos.

«Nino», «El Negro», «Marcelino», «Hetitor», o como quieran llamarlo, será hoy, en su día, el Día del Bibliotecario, el receptor de algunos testimonios de gente que lo aprecia mucho, y así de este modo le devolveremos sólo una pequeña parte de todo lo que recibimos de él a diario. Así y todo, nunca va a reconocer todas estas virtudes que le destacamos, por más que las gritemos a los cuatro vientos, porque todo lo que tiene de bueno, lo tiene de cabeza dura.

Héctor acaba de cumplir 71 años, el pasado 8 de septiembre, aunque no lo crean. Nació en las cercanías de La Rápida en el campo de Cánchero y allí permaneció hasta el fallecimiento de su madre cuando aún era muy chico, según nos cuenta su tía Delia (Lela), con los ojos brillosos y llenos de emoción. Luego, sólo por unos días fue a casa de Delia, que vivía con un hermano y su madre.

Llegó el momento de estudiar, Héctor se independizó y rehízo su vida, vino a estudiar a Navarro y luego a Mercedes. Sobre la época de estudiante, y antes de continuar, me permito compartir con ustedes, este recuerdo de Buby Hevia…«Lo conocí a Héctor cuando ingresó como alumno en el Instituto San Lorenzo, de donde egresó con el título de Bachiller y después fue compañero de trabajo desde el cargo de preceptor donde trabamos una buena amistad. De su época estudiantil, mis mejores recuerdos (de los muchos que tengo) fueron en el aspecto deportivo, sin dejar de lado que era un alumno responsable y estudioso. Se destacaba en las pruebas de largo aliento (llamemoslas así para diferenciarlas de las de velocidad y de otras especialidades del atletismo; donde lo veía era en los torneos intercolegiales zonales porque muchas veces acompañé a la delegación del San Lorenzo, donde en distancias de muchos metros (800, 1000 y más) parecía que no llegaría nunca, pero siempre era el ganador y fueron muchas las ganadas. Como preceptor llegó al Instituto para cubrir una vacante llevado por el Padre Pironio porque hacía muy poco había abandonado sus estudios en el Seminario de Mercedes. Un tipo macanudo 100 x 100.»

Héctor trabajó en el San Lorenzo, allí ingresó habiendo culminado su 6to. grado de primaria en la escuela Nro 28 de Navarro.  Comenzó a cursar 1er. año en el Instituto San Lorenzo en el año 1962, terminando sus estudios secundarios en 1966 con el título de Bachiller. Como preceptor en ese colegio trabajó desde el 20/03/72 hasta el 31/07/90. También trabajó en la Escuela Técnica, y hoy «su casa» desde ya hace muchísimos años, es la Biblioteca Pública y Popular José Ruiz de Erenchun. Allí podemos verlo todos los días, y cada vez con más ganas, llegando raudamente con su bici ya despintada.

Su principal obra tal vez sea la constante colaboración y compromiso con los chicos de la Escuela 1143 de Tres Varones, Santiago del Estero. Si bien no es el único que trabaja y ha trabajado en ese proyecto, sabemos que es un tema que lo desvela. También sabemos lo que esos chicos significan para Héctor, o al menos lo imaginamos. Creo particularmente que va a estar comprometido con ellos toda su vida y eso es más que digno de destacar.

Mis mejores recuerdos datan de la época en la que Héctor estaba en el Club del Sud. Si bien yo era muy chico en ese entonces, recuerdo como si fuera hoy, que él estaba en todas. Organizaba los torneos de papy, armó la cancha de tenis de polvo de ladrillo, organizaba los viajes a la cancha de Boca, llevó una delegación a jugar a Brasil y muchísimas cosas más. Todo pasaba por sus manos. Estaba atento a todo y no se le escapaba detalle alguno.

Poco tiempo antes de casarme, y con el comienzo de la era digital, tuve la tarea de ingresar a la computadora de la biblioteca, los libros que hasta ese momento sólo se podían buscar en los estantes. Fueron miles los que ingresé, y nunca, pero nunca me faltaron el alfajor y el café, que Héctor o Matilde Córdoba me alcanzaban.

Su capacidad para ayudar al más desposeído, su bondad, su don de gente y su amabilidad, hicieron que hoy haya intentado, con la ayuda de muchos/as cómplices, realizar este humilde homenaje. Espero que a todos ellos les haya gustado, a ustedes lectores también y fundamentalmente al gran homenajeado, Héctor.

Humildemente y con mucho respeto, este es el regalo de los que hacemos El Navarrero, para un gran tipo, Héctor Miranda.

Al pie de la página podrán disfrutar de un video en el que algunas personas que lo quieren mucho, le dedican unas palabras.

 

 

 

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