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Opinión. «Las miles de máscaras del Peronismo; el poder de Los Transformers» por Álvaro de Lamadrid

Guillermo Ibarra

A lo largo de las últimas décadas, el peronismo ha demostrado una asombrosa capacidad de adaptación. Mucho mayor que la de los «Transformers», esa serie de acción en la cual unos robots eran capaces de convertirse en objetos, vehículos, animales o dispositivos y adaptarse en las peores circunstancias a cualquier situación o entorno. Cada vez que su permanencia en el poder se vio amenazada, el Partido Justicialista (PJ) recurrió a una estrategia conocida: promover una «tercera posición» y «falsa opción» con desencantados de ellos, que divida el voto opositor o lo coopte. Un patrón que repitió, aunque con nuevos rostros, tiempos y marcas electorales. El engaño ha sido permanente. Cada vez que la gente quería un cambio del PJ, el peronismo se encargó que hubiera una opción B de ellos.

Esta jugada se ha repetido con éxito. La alternativa al menemismo era la UCR. Pero el peronismo creó el FREPASO en el 95 que, al llegar al poder en 1999 con Fernando de La Rúa al frente, reunió a los desencantados y gobernó a su estilo. Carlos «Chacho» Álvarez, Octavio Bordón, Néstor Kirchner, Mauricio Macri y Javier Milei juntaron al peronismo desencantado: los primeros tres desde el propio partido; Macri, con dirigentes peronistas aliados y desde otra fuerza; y Milei desde el laboratorio del PJ. Pero guarda que Milei te asusta con que no vuelva el peronismo. Lo cierto es que estas jugadas siempre lograron que al republicanismo le vaya quedando el arco cada vez más lejos.

En 1995, con la reelección de Carlos Menem en riesgo, surgió la candidatura de José Octavio Bordón con el FREPASO. Aquella alternativa, presentada como progresista y distante del oficialismo, terminó beneficiando al propio Menem, quien logró relegar a la UCR al tercer lugar. La verdadera oposición al avasallamiento institucional y la corrupción menemista quedó debilitada, y el sistema bipartidista tradicional empezó a resquebrajarse. Pero vendrían cosas peores, y mayor sofisticación de «los transformers». Para las elecciones de 1999, el FREPASO se unió con la Unión Cívica Radical en la Alianza, una coalición que terminó con la hegemonía peronista, pero al costo de diluir el protagonismo histórico radical. Mirá si tenían ganas de desestabilizar los peronistas, que le creyeron a Hugo Moyano.

El radicalismo dejó de ser la opción principal frente al PJ para convertirse en socio de una fórmula compartida. La experiencia fracasó estrepitosamente y, una vez más, el peronismo recuperó el poder bajo otro disfraz.

Falló la idea de que no se puede gobernar sin el peronismo, con algo de peronismo, con algunos peronistas, en fin, con la famosa pata peronista. En todo este tiempo, hemos visto radicales que han ido al peronismo, otros que vienen del peronismo; y radicales que fueron al peronismo y volvieron. Perdieron el rumbo.

Con la llegada del kirchnerismo, el ciclo de los transformers volvió a repetirse. La sociedad eligió la megacorrupción de Néstor Kirchner para terminar con la corrupción de Carlos Menem.

Se hablaba de la llegada de la nueva política, que bajo la transversalidad y el progresismo que ponía la otra mejilla, nos devolvería un país normal. Eso se decía. Eso aplaudía la mayoría de la sociedad: la reconstrucción del poder presidencial. Eso repetían los periodistas de ese tiempo. Nosotros, denunciábamos ese poder bruto desde Santa Cruz y, decíamos que no es progresista ser ladrón en absoluta soledad. Me recuerdo decirle en aquel tiempo a un periodista que a TN, yo le decía «Todo Néstor». Hoy parece que nada ha cambiado, pero como en aquel tiempo, el actual Presidente Milei, reclama mayor objetividad y seriedad de los medios. Parece una burla de mal gusto.

La famosa Resolución 125 marcó un punto de inflexión: la sociedad comenzó a tomar dimensión del autoritarismo y el sectarismo del nuevo peronismo, esta vez disfrazado de progresismo. Paradójicamente, fue gracias a una medida profundamente impopular que la ciudadanía abrió los ojos.

Mientras tanto, cuatro años después, Mauricio Macri llegaba a la Jefatura de Gobierno porteña en 2007 con un partido vecinal. Ocho años después, en 2015, se forjaba una nueva coalición: la UCR aportó su estructura nacional, el PRO puso los candidatos y la Coalición Cívica completó el armado. Se ganó, pero lo que se presentó como una alianza de gobierno terminó siendo, en los hechos, una simple coalición electoral que termino con la elección y pasó a ser un gobierno del PRO con colaboración parlamentaria de sus aliados.

Macri monopolizó las decisiones y relegó a sus socios a papeles secundarios. Irónicamente, el PRO –fundado por mayoría absoluta de dirigentes provenientes del peronismo menemista que no se plegó a los Kirchner– volvía a encarnar el cambio, solo que bajo otra etiqueta.

Con el regreso y el desastre económico, político y social del binomio Fernández-Fernández y un manejo criminal y delictivo de la pandemia, la ciudadanía pidió un cambio profundo. Carlos Zannini, el ideólogo maoísta del kirchnerismo y compañero de fórmula presidencial en 2015 de Daniel Scioli, iba moldeando la creación de Milei a medida que Alberto colapsaba y, con él se llevarían puestos a la creación anterior de otro sector del peronismo menemista, que fue Macri.

El resultado fue, nuevamente, más peronismo. Milei, aunque se presentó como una ruptura total con «la casta», provenía del peronismo y tenía vínculos, financistas, candidatos, valijeros y colaboradores del universo peronista.

Los hermanos Milei, pusieron más que nunca en la consideración, que es más importante saber quién está detrás de un candidato que el candidato mismo. Javier no necesitó a la UCR para llegar al poder, sino que le bastó con alcanzar el balotaje y capitalizar el rechazo masivo a Sergio Massa, representante de un oficialismo decadente y farsesco.

La historia reciente de Argentina confirma una y otra vez lo mismo: cuando el pueblo exige un cambio, termina votando una versión distinta del mismo esquema de poder. El decorado se modifica, los nombres cambian, pero las prácticas se mantienen.

La pregunta es: ¿hasta cuándo van a seguir llamando «cambio» a lo que, en el fondo, es más de lo mismo? Milei vino a exterminar el Estado. ¿Qué Estado? El estado de derecho. Vino a destruir la república no a la corrupción.

A los que saquearon el país con obras e infraestructura que no hicieron, el gobierno les garantiza lo robado intacto, a la gente que carece de obras e infraestructura se les dice que no hay plata y nada se hará y que Dios los ayude y les reparta suerte.

Los Milei, con Cristina, le ganaron a Macri en CABA las recientes elecciones locales con ingeniería electoral cooperativa. Festejan haber convertido a Macri en el Duhalde de Kirchner y Cristina festeja qué manejará la legislatura y que no hay atisbo de renovación en el PJ.

Macri, sin visión política, creyó que Milei sería «su Alberto de Cristina», cuando en verdad «Milei siempre pensó en convertirlo en el Duhalde de Kirchner». La dirigencia menemista que fundó el PRO hoy va a Milei.

El error histórico de Macri fue su miedo a perder y no jugar. Esa ambigüedad no resuelta en 2023 lo llevo a dinamitar Juntos por el Cambio (JxC) y apostar subterráneamente a los Milei, sin dimensionar que éste, era una creación contra lo que él representaba hasta ese momento.

Macri, con sus idas y vueltas, con no jugar en 2023 y apostar a esmerilar a los candidatos de su coalición es el responsable de lo que no tendría que haber sucedido: llegar 20 años más tarde con Milei y Massa, a reeditar la falsa opción de los transformers de 2003, entre Menem y Kirchner.

Para no tener que haber llegado a Massa/Milei, dejando derrotado al cambio en el turno electoral 2023. no se tendría que haber destruido JxC. Para disimular esto, Macri les dijo a los argentinos que Milei era otra cara del cambio, que había dos cambios y que había que votarlo y ser con él oficialista.

La política no perdona el vacío ni el estancamiento. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido con Mauricio Macri y el PRO. De ser la fuerza que lideró el cambio en 2015, hoy está reducido a su mínima expresión: un partido atrapado en la Ciudad de Buenos Aires.

La última elección no hizo más que confirmar una verdad que muchos ya veían venir: Macri ya no representa una alternativa de poder en la Argentina. Perdió la iniciativa, la centralidad y, lo más grave, la confianza de una sociedad que lo percibe como parte del problema y no de la solución.

Todo empezó cuando llegó al gobierno con ayuda de la UCR, Carrió, a quienes luego trató como extras en un esquema donde el verdadero poder lo tenían sus empleados, reconvertidos en dirigentes, y experonistas sin espacio en el kirchnerismo. Nunca hubo coalición de gobierno, solo electoralismo y control cerrado.

Tras la derrota de 2019, Macri nunca se retiró, pero tampoco permitió el surgimiento de un sucesor. Jugó a dos puntas en la interna Bullrich-Larreta, y mientras decía apoyar a uno, operaba para el otro: Milei, su verdadero proyecto en las sombras. Como Cristina con Alberto, Mauricio apostó a poner un presidente sin poder, solo que esta vez desde afuera del gobierno.

La Argentina, más que gerentes de empresas devenidos en políticos, necesita dirigentes con coraje, con convicciones, con verdadero compromiso democrático.

Menem privatizó las empresas del Estado; los Kirchner privatizaron el Estado para sí mismos; y Milei -bajo el discurso de achicar el Estado- lo está preparando para entregárselo de nuevo a intereses privados, en una nueva versión del viejo modelo peronista: concentrar poder, desmantelar controles, prescindir del Congreso, maniatar a la Justicia, acallar a la prensa y sustituir la corrupción estatal por una captura corporativa del Estado disfrazada de libertad.

La resistencia institucional contra quienes quieren que triunfe la impunidad es el principal desafío del país. Lograr que las instituciones y la Justicia puedan procesar este desafío. Con «tabula rasa», engaños y pactos de impunidad no habrá rumbo ni futuro en la Argentina.

No importa que seamos pocos los que permanezcamos firmes y predispuesto a volver a empezar continuando la lucha por una democracia completa. No bajamos los brazos. La Argentina está enferma y no se cura con parches. La política es lo más parecido a la vida, tenemos que seguir luchando los que no nos rendimos a que solo el PJ y sus miles de máscaras -cómplices, satélites, tránsfugas y acomodaticios de todo momento- nos gobiernen con la mentira como bandera y la corrupción como principal política de Estado.

Álvaro de Lamadrid. Abogado y ex Diputado para el portal elCanciller.

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