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Teresa Blaquier revivió un histórico partido de polo de 1972 contra Mar del Plata

Guillermo Ibarra

¿Qué pasa cuando un grupo de hermosas y arriesgadas amazonas se deciden a romper en monopolio masculino en el juego de polo?”. Así, demostrando total asombro, un periodista de El Gráfico iniciaba su crónica sobre el partido inaugural de la sede Pilar de la Asociación Argentina de Polo (AAP), en noviembre de 1972.

Ese día, hace 50 años, sobre el antiguo casco de la estancia Pando Carabassa, las hermanas Blaquier, que conformaban el equipo La Concepción, se enfrentaban al equipo Mar del Plata. Las ocho jóvenes jugadoras, muchas de ellas amigas íntimas, no eran polistas profesionales. El polo femenino casi no existía como deporte socialmente instituido en esa época. Eran simplemente hijas y mujeres de polistas, o ambas, con ganas de divertirse.

Un partido ¿”insólito”?

La idea de que fueran las mujeres quienes inauguraran el nuevo predio de la AAP, en 1972, fue de su entonces presidente, Christian Zimmermann. La propuesta, dicen, tuvo que ver con el hecho de que su mujer, Inés Pereyra Iraola, jugaba con frecuencia y era muy cercana a las hermanas Blaquier, con quienes había compartido equipo en varias ocasiones. El periodista de El Gráfico que escribió la crónica sobre esta competencia, titulado “Intrépidas a caballo”, describió el partido como “un insólito acontecimiento deportivo”. Lo que sorprendía al cronista deportivo, desde su perspectiva de época, no era solo el hecho de ver a polistas mujeres con los uniformes de equipos masculinos. Sino, además, que ellas hubiesen sido elegidas por sobre todos los demás para utilizar por primera vez la cancha del nuevo predio de la AAP. En el evento, dispersos entre el público, había al menos cinco 10 de hándicap: Juan Carlos Harriot, Horacio Heguy, Gonzalo Tanoira, Rodolfo Lagos Mármol y Alejandro Lalor. Ese día, los ídolos del momento no se lucieron como jugadores, sino que fueron simples invitados.

La revista El Gráfico describió al partido inaugural como “la primera competición de polo femenino”. Pero no era así. En el campo, donde pasaban gran parte del año, las hermanas Blaquier, por ejemplo, practicaban polo casi con la misma regularidad que sus hermanos. En las tardes de verano, cuando bajaba el sol, tenían la costumbre de salir del casco de La Concepción, en Roque Pérez, buscar a sus caballos y taquear o armar partidos entre ellas. Al ser siete hermanas mujeres, no era difícil encontrar con quien jugar. A veces, también armaban partidos mixtos.

Miguens y Serantes empezaron a jugar a los 12. “Un día, mi hermano dijo que se iba a taquear. Yo estaba con Emilia en casa y le digo: ‘¿Y si nos ponemos las botas y salimos a jugar nosotras también?’. Y me dijo que sí. Ese día nos encantó y nunca dejamos de jugar. Se convirtió en una especie de ritual para nosotras”, comenta Miguens, viuda del polista Gonzalo Tanoira, que al día de hoy todavía taquea. Juega con sus nietos menores, que están incursionando en el deporte. De sus 19 nietos, 18 juegan al polo.

Cuando ella era joven, el polo femenino tenía lugar principalmente en el campo familiar o en el de sus amigas. También, de vez en cuando, jugaban en torneos como el del Club de Polo Guardia del Monte que, luego de que jugaran los hombres, tenía su sección femenina. “Nuestro juego no tenía nada que ver a lo que es ahora el polo femenino. Yo tengo cinco nietas que juegan al polo profesional: viajan a Londres, tienen petisero, varios caballos… Es otro nivel. Nosotras, la mayoría, no teníamos caballos propios. Agarrábamos los caballos que sobraban. Cuando me casé y los amigos de mi marido venían a jugar al campo acompañados por sus mujeres, entre nosotras nos decíamos: ‘Ya que estamos, ¿tu marido no te prestará un caballo y hacemos un picado?’. Y salíamos a jugar”, recuerda.

A mediados de los ‘90, Miguens y su marido organizaron un torneo casero anual, bautizado “Doble Mixto”. Se jugaba el día de su aniversario de casados. “Invitábamos a varias parejas de la zona de Pilar, como los Pieres y los Fernández Ocampo. Jugábamos marido y mujer con marido y mujer, cuatro por equipo. Los hombres no podían meter gol, solo podían las mujeres. Nos matábamos de risa. Éramos unos 10 equipos. Y, después de jugar, gran pileteada y gran asado”, recuerda la organizadora.

A pesar de que muchos consideran que su generación fue la primera en iniciarse en el mundo del polo, hay registros fotográficos y escritos de al menos dos partidos femeninos jugados en 1927 y en 1938. En una de estas competiciones, jugaron las hermanas Adela y Sara Fernández Ocampo, madre y tía de Sol Rueda, una de las mujeres que a sus 19 años inauguró la sede pilar de la AAP.

El partido que jugaron las Fernández Ocampo en 1938 también tuvo cobertura mediática. Según escribió al respecto el historiador Daniel Balmaceda, fueron los jueces quienes les prestaron caballos a las jóvenes para que pudieran competir. Para esa ocasión, el campo de juego fue reducido a la mitad. Según un artículo de la época publicado en La Razón, el swing de la señorita Drysdale, una de las jugadoras, habría “despertado envidia en más de uno de los musculosos espectadores”. Las coberturas se concentraban más en el hecho de que fueran mujeres quienes jugaban que en el partido en sí. “El cuarto parcial fue accidentado. El caballo de Nana mordió la mano de Susana Inchauspe, quien le gritó al petiso: ‘Bárbaro, no me muerdas’. Fue atendida al costado del campo y regresó con todo el entusiasmo a completar el juego”, destaca Balmaceda.

Créditos: La Nación.-

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