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Gala. De perra de galgueros al amor de nuestro conocido, el maratonista olímpico Luis Molina

Guillermo Ibarra

La veo rara a Gala», le dijo esa mañana Nadia a Luis Molina -uno de los mejores maratonistas argentinos- en cuanto lo vio cruzar la puerta de entrada del departamento en el que los atletas conviven hace seis años en Castelar. «Hicimos nuestra caminata de 3k como siempre pero desde que llegó está acostada y me parece que está dolorida», le explicó. No hizo falta que pronunciara una palabra más: en cuanto la perra vio a su humano favorito y quiso levantarse para recibirlo, un fuerte quejido salió de su boca y cayó tendida en el suelo sin poder mover más sus patas.

Hacía un poco más de un año que Gala se había mudado con ellos. Rescatada de un basural en Zárate, provincia de Buenos Aires, su cuerpo de 7 años mostraba las heridas y cicatrices de un pasado en manos de galgueros. Los primeros días habían sido difíciles. Gala se mostraba retraída y miedosa. «Si hacías un movimiento rápido y cerca de ella, siempre estaba alerta, no se relajaba. Estaba muy pegada a mí, no quería pasear si yo no salía y me seguía a todos lados. Supongo que era porque la humana que la había adoptado la primera vez era mujer y porque generalmente los galgueros son hombres. Pero a los tres meses de su llegada a casa, yo tuve que viajar y desde ese momento Luis se convirtió en su favorito: ellos tienen un lazo especial», cuenta la novia del corredor de élite.

Pensaron que el dolor de Gala era sólo un mal movimiento y dejaron pasar la tarde. Pero por la noche, el malestar de la perra se hizo más fuerte y no paró de llorar y gritar. La llevaron a una veterinaria de guardia, donde le hicieron placas y le indicaron que probablemente se trataba de una compresión medular. Gala fue medicada y enviada nuevamente a casa.

Pero el malestar de la perra no cedía. Entonces la llevaron a otra clínica: el profesional que la vio indicó que era necesario descartar un tumor cancerígeno que pudiera comprometer el bazo o el hígado. Otra de las posibilidades era que Gala tuviera un hemoparásito, que padeciera hepatozoon (una enfermedad parasitaria sistémica que afecta a los perros) o incluso Ehrlichia, una patología infecciosa provocada por una bacteria. El cuadro era cada vez más complicado y decidieron que lo mejor era internar al animal. Ya habían pasado 24 horas y Nadia y Luis todavía no tenían la certeza de qué estaba pasando.

Pasó otro día, Gala no mejoraba. Tampoco había comido, ni tomado agua. Estaba dolorida, deprimida y sin la atención que necesitaba. Pero faltaba poco para que iniciara el camino hacia un diagnóstico preciso. Ese fin de semana llegó a Buenos Aires el veterinario de cabecera de la perra y ordenó trasladarla a un centro de alta complejidad en el barrio de Belgrano. Allí le hicieron nuevos estudios, la revisó un neurólogo y confirmó que tenía una hernía de disco en la cervical que le presionaba la médula. Al día siguiente la operaron.

Una cola de esperanza

«Cuando volvió a casa estaba muy dolorida. Había que girarla cada dos horas para que no se produjera una atrofia muscular y se le generaran escaras. Estuvo casi un mes sin lograr conciliar el sueño por la noche, gritaba tanto que la escuchaban desde el piso de abajo. No tenía fuerza y no podía hacer caca. Lloraba, se quejaba, y de tanto malestar a veces se cansaba, dormía dos horas y de vuelta con el llanto. Tratábamos de hacer todo por ella, de ayudarla o levantarla o incorporarla, pero igual lloraba. Era desesperante», cuenta Luis Molina.

Para esa fecha, el maratonista tenía programado un viaje a Sevilla, en España, donde buscaría una marca para clasificar a los Juegos Panamericanos de este año. Pero el valor de los estudios, las internaciones, los medicamentos y la atención de los diferentes especialistas había ascendido a unos $100.000. Entonces decidió que lo mejor era suspender el viaje y continuar enfocado en la recuperación de Gala.

«Adoptar un animal significa asumir una responsabilidad y un compromiso de por vida. No se trata solamente de poner un plato con agua y otro con comida. Gala no tiene la culpa de haber sido maltratada. Su hernia probablemente fue producto de un palazo o golpe que le dieron. ¿Cómo no vamos a dedicarnos 100% a ella? Muchos nos dicen que estamos locos, que es sólo un animal. Para nosotros es parte de nuestra familia», asegura Molina.

A la semana de le cirugía arrancaron con fisioterapia: la recomendación era tenerla entre algodones ya que cualquier golpe o mal movimiento podía volver a complicarla. También les dieron ejercicios para hacer en la casa dos veces al día. «Lo primero que recuperó fue la movilidad de la parte de adelante y esa cola hermosa que la movió a los tres días de estar operada. Fue una alegría inmensa ya que no la movía desde que se había descompensado ese día. Y con el tiempo al recuperar fuerza empezó a darse vuelta sola sin pararse», relata Nadia. Luego pudo incorporarse y arrancaron los ejercicios con pelota. Y al mes y un poco más volvió a dormir de noche. Con ayuda, al poco tiempo logró salir al patio: ella movía las patas de adelante y sus humanos le sostenían las de atrás. Se comunicaba llorando y según el momento del día les decía si quería salir, comer, tomar o que la demos vuelta.

Le llevó casi cinco meses a Gala poder recuperar a movilidad en sus patas. «Tenía una hernia de disco, una estructura que está entre vértebra y vértebra y que amortigua los movimientos de la columna vertebral. El disco protege a la médula que va por dentro de la columna. Cuando ese disco se rompe, la médula sale y comprime los nervios espinales. Cuando esto pasa, se genera una patología muy dolorosa que se llama compresión medular. El perro queda paralitico: en el caso de ella, como la lesión se presentaba en el cuello, comprometió las cuatro patas y fue necesario operarla», explica el médico veterinario Dr. Baltazar Nuozzi (M. P. 10033), que llevó el caso del galgo.

Finalmente llegó el momento en que Gala tuvo que animarse a dar el primer paso sola. «Gala tenía miedo y yo también. Pero era hora de soltarla y no protegerla tanto. Ella había dado algunos pasitos pero siempre con ayuda. Sus primeros pasitos seguidos habían sido a los 60 días en la casa de su veterinario», recuerda emocionada Nadia.

Hoy Gala ya pasea dos veces al día suelta, sin ayuda. Sólo hay que ayudarla cuando hace caca y pis, ya que le falta fuerza en las patitas de atrás. «Le falta un poco de coordinación, pero esta semana ya hizo unos piques cortitos graciosos. Con el tiempo esperamos que vuelva a correr feliz. Y, si miramos para atrás, no lo podemos creer», asegura Luis.

Créditos: Diario La Nación

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